Con un güisqui en su
mano derecha y un puro en la izquierda observa a través de la vieja ventana de
madera de cristales rotos traída hace veinte años de segunda mano para
completar el edificio de adobes, observa desde allí, desde el primer piso, la
vida en el pueblo, los niños flacos y negros jugando al fútbol sobre la roja
arena apisonada de la carretera, han de apartarse para dejar paso al autobús
viejo y desvencijado que tiene la parada junto a la piedra que es el poste
derecho de una de las porterías del imaginario campo de fútbol, solo baja Amila
que ha ido a la ciudad a comprar lo que para su marido va a ser una sorpresa,
una botella de champán francés que tiene pensado poner a enfriar en el pozo del
pueblo, conociendo a su marido lo primero que va a decirle a ella tras la
sorpresa es: ¿con quien te has acostado puta para poder comprarte esta botella
que representa mis ganancias de todo un año?, el autobús se va y Dinko el hijo
de Amila corre hasta alcanzar a su madre, ¿la has comprado mama, la has
comprado?, ¿puedo invitar a Rosa a cenar esta noche?, para que celebre la
Nochebuena con nosotros, vamos mama, ella está sola, aunque las misioneras la
cuidan muy bien ella se siente sola. Rosa fue la segunda persona blanca en
llegar al pueblo si contamos al del puro y el güisqui y exceptuamos a las
misioneras, los padres de Rosa fueron asesinados por los bandidos cuando ella
tenía cuatro años, lleva diez años junto a las misioneras que han cuidado de
ella, el primer blanco en llegar, el del puro y el güisqui, permanece ocioso y
borracho, Rosa, a sus catorce años ayuda a las misioneras a cuidar enfermos.
Vuelve a jugar al fútbol, Dinko, dice Amila, e invita a Rosa. Deja escapar una
bocanada de humo, Dinko se va, no quiere seguir jugando, déjale, no ves que
está tratando de ganarse a Rosa, pretende enamorarla esta noche en la cena de
Nochebuena, va a invitarla, dicen los chicos que siguen jugando al fútbol. El
humo le deja ver a Lolo, Lolo perdió la pierna derecha por culpa de una mina
antipersonal, lleva dos años con una muleta, esperando una prótesis de segunda
mano que nunca llega, pero eso no le impide ser un buen portero, acaba de hacer
una palomita impulsándose con la muleta, deteniendo el balón únicamente con la
mano izquierda, que sería capaz de hacer ese chaval si tuviera las dos piernas,
todos ellos sueñan con irse a Europa a jugar al fútbol, los hay del Madrid, del
Barcelona, del Milán, Eduardo presume de llevar la camiseta de Trezeguet,
camiseta que le regaló su padrino de Turín allá en Italia, se la mandó por
correo, casi todos los niños tienen un padrino, ya sea en Italia, en España, en
Francia, todos reciben de él la miseria de un euro al mes que las misioneras
administran para que sus padres no se lo gasten emborrachándose. En el bar de
Manuel se reúne todo el pueblo los días de partido, los padres entre cervezas
adivinan movimientos tácticos de los centrocampistas para inculcárselos a sus
hijos y que así lleguen a jugar al fútbol en la antigua metrópoli. Chasquea la
lengua, el Chivas está bueno, se bebe todo el vaso, se acaba de beber las
ganancias de un mes del padre de Dinko, Amila está bajando la botella de
champán al pozo comunitario metida en un cubo de plástico, las demás mujeres la
miran y cuchichean, a saber con quien se ha acostado para poder comprar esa
botella, Amila las mira y piensa que en cuanto se descuide se la robarán o
romperán, pero no la sube y la deja en las aguas del pozo, esta noche es
Nochebuena. Dinko vuelve corriendo de la misión, sus desnudos pies levantan una
ligera nube de polvo, la hermana Teresa dejará a Rosa cenar con la familia de
Amila, Dinko pasa de largo por el campo de fútbol, por el Maracaná como les
gusta llamarle a todos los del pueblo, y va corriendo a su casa, mama, mama, la
hermana Teresa va a dejar que Rosa venga a pasar la Nochebuena con nosotros, en
el umbral de la puerta, Lucas, Lucas cuida a la niña, a la hermana menor de
Dinko, Lucas está ido, todo el pueblo sabe que está “tocado del ala”, Lucas
sufre mucho cuando no tiene un neuroléptico que le llegue de Europa, que es
casi siempre, un mes le llega uno, un mes le llega otro, la pastilla que tomó
hace dos semanas era amarilla, él las llama así, por los colores, la azul, la
amarilla, ... A través del humo ve como se acercan las demás mujeres al pozo,
se sirve otro Chivas y las mira, están sacando la botella tirando de la delgada
soga, antes, hace veinte años, cuando él llegó a África, cuando llegó a esta
tierra, el poblado estaba alejado diez kilómetros del pozo, las mujeres tenían
que recorrer esa distancia de ida y vuelta todos los días, la vuelta cargadas
con veinte litros de agua, fueron las misioneras quienes pensaron en acercar el
poblado al pozo pero los ancianos se negaron, ellos no tenían que recorrer
todos los días veinte kilómetros, pero por fin la razón se impuso, el poblado
se desplazó al pozo y dio lugar al pueblo que ahora es, ya han sacado la
botella de champán, es Lucas quien las reprende, eso no es suyo, grita, eso no
es suyo, con los gritos Amila asoma la cabeza por la puerta de su casa hecha de
barro con el tejado de chapa. Aparta el humo con la mano, Amila no les dice
nada, se queda mirándolas, una de ellas se atreve a asustarla, ¿qué crees que
pensará tu marido cuando venga de cuidar las cabras?, pensará que te has acostado
con el del puro y el güisqui, ese que seguro nos está mirando, y se gira hacia
la vieja ventana de madera con los cristales rotos, Amila calla, todas callan
ahora, Lucas también calla, todas excepto una quieren devolver la botella al
pozo, a su dueña, y así lo hacen, Dinko lo ha oído todo, Dinko se dirige cuando
cae la noche a ver al del puro y el güisqui, el del puro y el güisqui le ve
cruzar la calle, le oye empujar la vieja puerta traída cuando la ventana, le
oye subir las escaleras, sabe donde encontrarle, junto a la ventana, observando
la vida del pueblo, oye sus últimos pasos, Dinko ha quedado de pie a tres
zancadas de la ventana, el del güisqui y el puro le da la espalda sentado en su
sillón viejo como todo lo de la casa, Dinko tiene miedo de que su padre se
enfade por lo que pueda oir de Amila, esta noche va a venir Rosa a cenar,
empieza, también estará Lucas, tienes que convencer a mi padre de la verdad, mi
madre lleva todo el año ahorrando para comprar esa botella, se ha abstenido de
tomar cafés cuando ha ido a la ciudad, no se ha comprado ropa, ha zurcido la
que tenía vieja, para ella la Navidad es muy importante, así se lo enseñaron
las misioneras, la hermana Teresa y las otras monjas, tienes que convencer a mi
padre de la verdad, Dinko se acerca ahora al del güisqui y el puro que sigue
callado, mirando a través de la ventana, queda algún chico dando patadas a la
pelota con las últimas luces, Lolo sigue haciendo de portero, por el camino de
la misión llega Rosa con un paquete atado, son dulces que han hecho las monjas
para celebrar la Navidad. El del güisqui y el puro calla, Dinko se aparta
llorando y desanda sus pasos, cruza la calle arrastrando sus pies descalzos, ni
siquiera mira a Rosa, Rosa siente que Dinko no le pida un buñuelo, Rosa piensa
que no es bienvenida, pero entra en la casa de barro con el tejado de chapa,
Amila está llorando con la niña en brazos, Lucas no para de andar de un lado a
otro, Dinko se ha sentado en el rincón más oscuro. El del güisqui y el puro ve
llegar al padre de Dinko a casa, adivina su olor a cabra. ¡Que pasa mujer, que
es Nochebuena!, ¿acaso no te enseñaron
las monjas a celebrar la Navidad?, y ha venido Rosa, y Lucas también pasará
esta noche con nosotros, ¡como no!, Amila deja de llorar, él seca sus últimas
lágrimas con el pulgar acariciándole el rostro, todo el pueblo está pendiente
de la paliza que le van a dar a Amila, Dinko mecánicamente saca la botella del pozo, no está lo
suficiéntemente fría pero no importa, así se la entrega a su padre esperando lo
peor, ¿pero de donde has sacado esto Dinko?, no me digas, Amila, que has estado
ahorrando todo el año para comprar esta botella, ¿por qué llorabas?, ¡Dinko
trae las tazas que vamos a brindar por tu madre!, una sonrisa asoma a todas las
bocas, después del brindis Amila anima a todos a cantar villancicos, todo el
pueblo los oye, todos se felicitan, Feliz Navidad se oye en todas las casas de
barro y chapa, Feliz Navidad se oye en todas las casas del pueblo excepto en la
de el del güisqui y el puro, Dinko en una taza de aluminio abollada lleva un
poco de champán al del puro y el güisqui, que le recibe con los ojos arrasados
de lágrimas, apaga el puro, se levanta con dificultad pues está borracho, Dinko
le lleva de la mano a cenar a su casa, el olor del cabritillo asado le hace
sonreír, recordar tantas felices y lejanas Navidades allá en la antigua
metrópoli, Feliz Navidad, deja escapar de su boca callada tantos años, Feliz
Navidad escucha de todos, mientras el cabritillo termina de asarse el padre de
Dinko le pregunta por la nieve, esa capa blanca que los del pueblo solo han
visto en el televisor del bar de Manuel. Feliz Navidad.
Salvador de Madariaga en su libro "El corazón de piedra verde" ya se refiere a las letras como signos mágicos. Los indios americanos acostumbrados a su alfabeto de signos donde la imagen de un pájaro podía significar volar, al descubrir nuestras letras, las calificaron de signos mágicos. Y bien pensado no son más que signos, y con esos signos creamos palabras, y con esas palabras creamos emociones, sentimientos, evocamos lugares y tiempos. EN VERDAD SON SIGNOS MÁGICOS.
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